Pensamientos breves (o no) de un europeo

sábado, 6 de febrero de 2010

Con sumo placer


Al poco de descender del avión, se fue a tomar dos güisquis en el café Isadora con un viejo amigo. Hablaron de la crisis que afecta a los demás y se reconocieron adormecidos en su trabajo seguro y por cuenta ajena.

Al día siguiente se despertó tarde, después de una noche de sueño irregular. Paseó sin melancolía por las calles del Madrid señorial, bajo un sol primaveral.

Fue a comer al Círculo de Bellas Artes con dos viejos amigos literatos. Rieron, polemizaron y se leyeron sus cuentos respectivos, atentos a las piernas de las lectoras de Babelia en otras mesas.

Por la tarde se paseó sin prisas por las galerías del Museo del Prado. Luego de una siesta, se reencontró con Irene, fueron al teatro María Guerrero a ver una obra de Tom Stoppard y después cenaron en un restaurante todo decorado de blanco. Tomaron luego un par de copas galantes y él le dijo al oído que al día siguiente quería desayunar con ella.

El día siguiente se reencontró en una Latina luminosa con una antigua novia, actriz. Se resumieron diez años cada uno en la comida. Volvieron a reír como entonces. Quedaron en volver a verse.

Antes de tomar el avión de vuelta tuvo tiempo de escuchar la confesión sentimental de un viejo amigo en un café madrileño de los de tertulia.

Oh, qué vida.

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