Pensamientos breves (o no) de un europeo

lunes, 10 de mayo de 2010

Nanomemoria autocopiativa

Inspirado por las nanodudas del más insigne blogero que conozco (sólo conozco a tres), el náugrafo digital, me he decidido escribir esta nanomemoria.

Resulta que paseando por el cruce de las avenidas Pío XII con Sancho el Fuerte, en mi Pamplona natal, he pasado frente a esa tienda de fotocopias que en mis tiempos de estudiante se llamaba "Copia" (no se puede decir que engañaran con el nombre). En ese lugar conseguí ahorrarme muchas horas de clases de derecho fotocopiando apuntes tres días antes de los exámenes (que es como se debe estudiar derecho. Luego se te olvida de inmediato y vuelves a comportarte como una persona normal).

Han reformado el negocio y, como supongo que en estos tiempos no se vive de la vil fotocopia, han ampliado el business. Ofrecen maquetaciones, diseños gráficos, embalaje a medida, publicidad ecológica, y no se qué otros pandemonios papirofléxicos modernos.

Han quitado aquel luminoso de la fachada, que en su tiempo me parecía de lo más audaz, en el que se veía las secuencias de un folio saliendo de una fotocopiadora y amontonándose en una pila de folios, una y otra vez hasta que la pila llegaba al tope (que eran cinco o seis hojas) y todo desaparecía para empezar de nuevo. Podría pasarme horas mirando aquella danza de neón (digo que podría, pero conste que jamás lo hice).

Al pasar junto a la tienda recordé una pequeña nanomemoria (pleonasmo) que me conmovió. Un día, hace muchos años, fui a ese sitio a hacer unas fotocopias (¿a qué si no?). Ahora reparo en que a esos sitios uno siempre iba con prisas. Esa vez había muchos clientes y dos o tres empleados atendían desbordados el mostrador. Recuerdo un gran ajetreo de apuntes universitarios, gentes como de gestorías con escrituras amarillentas y cartapacios inmensos de los estudiantes de arquitectura, que siempre andaban por esos sitios dando la tabarra.

Había una señora antes que yo. La típica señora PTV. Recuerdo que la dependienta que le tenía que atender tenía pinta de estar muy estresada y parecía odiar un poco su trabajo (¿quién amará hacer fotocopias?). Le preguntó qué quería y la señora sacó del bolso un recorte del Diario de Navarra y le pidió una copia.

Pude ver que se trataba de una esquela que anunciaba la muerte de un chico joven. La dependienta hizo lo que le pedía y, al darle el original y la copia, la señora rompió a llorar en silencio. Entendimos que se trataba de la esquela de su hijo. Preguntó cuánto se debía, secándose las lágrimas con un pañuelo.

La empleada - la recuerdo bien ahora - se olvidó del jaleo, del estrés y de su odio a la fotocopistería. Bordeó el mostrador, le dio dos besos a la señora y le dijo que no debía nada, que mucho ánimo. La mujerica, con la voz entrecortada, dio las gracias y se marchó, quizá algo más consolada en su dolor. La dependienta, siguiéndola con la mirada, lanzó un suspiro triste y volvió a la faena tras el mostrador.

Oh, Señor... danos un poco de corazón…