Pensamientos breves (o no) de un europeo

sábado, 25 de septiembre de 2010

Nos adaptamos al medio acuático, faltaría más


Dos intrépidos barranquistas en la Sierra de Guara, 4 de septiembre de 2010, perfectamente pertrechados para el descenso de barrancos. Destilábamos profesionalidad.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Paisajes hermosos y corazones grandes


He pasado unos días de turismo en el Somontano. Por mi propia torpeza me encontré de bruces metido en una situación un poco desagradable. Afortunadamente, una pareja de oscenses anónimos me ayudó a salir de ella. Asumieron riesgos importantes y no pidieron nada a cambio.

El pasado sábado 4 de septiembre hice junto con dos amigos una excursión al pueblo abandonado de Clamosa, a orillas del pantano de El Grado. Para llegar a Clamosa cruzamos buena parte del pantano en una vieja barca a motor. La belleza del lugar nos sedujo de tal manera que nos sorprendió la noche en aquel paraje.



Al descender a la orilla para regresar al otro extremo del pantano, donde teníamos el coche, no logramos arrancar el motor de la embarcación. Lo cierto es que fuimos bastante imprudentes. No llevábamos teléfonos móviles ni linternas. Tras una penosa travesía remando durante varias horas en la noche, exhaustos, conseguimos llegar a la altura de la ermita de San Miguel, cerca de Abizanda.

Dimos con la carretera que une Barbastro con Aínsa pasadas las dos de la madrugada. Nuestro coche quedaba a bastantes kilómetros, cerca de El Grado. Estábamos rendidos y decidimos intentar parar un coche, allá donde estábamos, para pedir que nos acercara al lugar donde habíamos aparcado. Pasaban muy pocos coches y tras algunos intentos fallidos, por fin un coche se detuvo junto a nosotros. Se trataba de un matrimonio de mediana edad que, dadas las circunstancias, nos miraba con lógico recelo. Les expliqué nuestra situación y en seguida decidieron ayudarnos. A pesar de que iban en dirección contraria, me llevaron hasta donde tenía aparcado el coche y pude recoger a mis amigos y poner fin venturoso a esta agotadora aventura.

Quiero decir que supongo que es arriesgado parar el coche cuando uno se topa por la noche con tres desconocidos, en una carretera desierta, en un lugar deshabitado en medio del campo. Y no creo que tuviéramos muy buen aspecto después de horas de travesía agotadora. Este matrimonio tuvo que sopesar, por un lado, la posibilidad de quedar a merced de tres desconocidos que emergen de la oscuridad haciendo aspavientos, con sabe Dios qué intenciones y, por otro lado, el prestar ayuda a quien lo necesita. Y optó por lo segundo.

Conté esta historia a un amigo y me confesó que, dado que no había ningún coche accidentado alrededor, él no hubiera parado, por miedo de lo que pudiera suceder. Yo también me pregunto cómo hubiera procedido si me hubiese encontrado en el lugar de aquel matrimonio, y honestamente no lo sé. Pero ellos me han dado un ejemplo de generosidad, valentía y humanidad que me emociona profundamente y que trataré de seguir de ahora en adelante.

Maldigo mi mala memoria por no poder recordar sus nombres, pero al menos quiero dejar constancia de mi agradecimiento emocionado con esta carta.

Aprovecho también para agradecer a don Josemaría Tobeñas, mecánico jubilado de El Grado, su generosa y desinteresada ayuda en el rescate de la malhadada embarcación al día siguiente.

Se ve que en Huesca, además de paisajes hermosísimos, abundan los corazones grandes.